El Síndrome del Ama de Casa
(SAC) es el conjunto de síntomas que se manifiestan en las personas sobre las
que recae, sin quererlo o queriéndolo, la mayoría de las llamados trabajos del
hogar. Síntomas como frustración, ansiedad, obsesiones (TOC), depresión,
desmotivación, etc.
Siempre ha habido amas de
casa, y digo amas porque
mayoritariamente han sido ellas las que se ocuparon y se ocupan de las tareas
domésticas, satisfechas e insatisfechas con ese rol culturalmente asignado.
Mientras las insatisfechas fueron
minoría, a nadie se le ocurrió que pudiera haber tal cosa como el SAC. Hoy hay
culturas entre nosotros, llegadas con la inmigración, a las que no se les
ocurre pensar en tal cosa.
Las causas de la asignación
de tal rol, ama de casa o de la cueva, devienen de nuestro pasado como
cazadores recolectores y de la división sexual del trabajo, apoyadas con las
muchas justificaciones que se han dado a lo largo de la historia para imponer
por parte de la sociedad este estado de las cosas y que se integrasen en el orden psicológico de
las personas...
¿Cuando aparece el SAC? Primero la revolución industrial y más tarde los medios de comunicación alertan de que “otros roles son posibles” para la mujer, de que la división del trabajo puede cambiar, es entonces cuando tal vez la mirada de la mujer sobre sí misma se torna crítica con su quehacer hogareño, el momento de empezar a soñar con otras cosas que suceden más allá de las cuatro paredes de su hogar que ahora parece mutar de su territorio a su prisión.
Cuando la mujer descubre que
quiere y puede ser otra cosa diferente a la de ser ama de casa, y se ve
atrapada por las expectativas sociales y por sus propias limitaciones
personales o de formación, puede surgir el SAC.
Cuando empiece a sentirse
mal y no sepa a qué se deben esos síntomas aparentemente tan físicos, empezará
su peregrinación médica y acabará presumiendo de achaques con tal de destacar
en algo a los ojos de los demás, ya que como ama de casa se ha tornado tan
invisible como lo que tenemos todos los días delante de los ojos todos los días.
Los humanos somos seres
gregarios y el “qué pensarán” los otros,
tiene valor para la pertenencia al grupo y a la integración protectora. Esta
característica humana la aprovechan muy bien las empresas de marketing, por
ejemplo, los productos de limpieza vienen a decirles a las mujeres, a las que
asignan el rol de limpiadora “limpia con mi producto y no seas tan guarra como
tu vecina que limpia con productos de mi competencia”. O “mira, esta es la ropa
que te tienes que poner para triunfar”.
Antes de las mujeres solo se
esperaba que se comportase como una buena esposa y madre, podría no gustarle,
pero era fácil de entender. Ahora el bombardeo es constante, además de
tener la casa lustrada con los últimos productos de moda en limpieza, ellas
mismas han de estar lustradas en sus maquillajes y atuendos para dar el perfil
social esperado; dependiendo de la clase social les es exigible o no una
carrera, pero siempre acaban asumiendo la demanda de “estar buenas”, será
porque a todo el mundo le gusta ser deseable…
Si desean tener un trabajo
remunerado fuera de casa, la cosa se complica, porque no es fácil deshacerse de
la expectativa de los demás de que se haga cargo de la casa. La cosa se ablanda
si consigue ganar más que su pareja, lo que no es frecuente.
Recuerdo una secretaria de
Dirección que después de su larga jornada laboral, y de haber llevado a los
niños al colegio, cuando llegaba a casa tenía que preparar la cena y la comida
del día siguiente, y después “hacer la casa”, con lo que se acostaba a las 2h.
y se levantaba a las 7h. asumiendo que esto era lo que le correspondía y que
era natural que su marido no se metiese en sus tareas. El problema era que
darse cuenta de su mundo podría traer a la conciencia la necesidad de efectuar
cambios, y eso si que le asustaba…
Este conflicto, esta tensión
entre lo que quiere ser y lo que se espera de ella, le lleva al SAC, que no
depende de estar en casa, sino de las condiciones en las que se desea estar o
no en casa.
En las trabajadoras de hogar
internas, que yo sepa, no se da éste síndrome, ya que además de un
reconocimiento tangible mediante un salario,
es un trabajo que se puede abandonar. Cuando el hogar es el tuyo, aunque
te imagines que te gustaría vivirlo de otra forma, abandonarlo no es tan fácil.
Y para terminar, prueba de
que el trabajo doméstico vale la mitad del que realiza el marido, es que la
pensión de viudedad vale aproximadamente la mitad que la pensión del marido. Si
la mujer hubiera cotizado por su propio trabajo tendría su propia pensión
entera y no tendría que sobrevivir ni necesitar las migajas de la de su difunto
marido. Ya sé que el contraargumento es que el marido cotizó por los dos, pero
eso me sugiere la pregunta de por quién cotizan entonces los solteros… ya, ya
sé que el tema no es fácil, solo quería prevenir contra simplificaciones
demagógicas.
Aunque es muy coloquial
hablar de síndromes, para mí no hay síndromes, existen personas con sus
problemáticas particulares.
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