Era una
urbanización preciosa a las afueras de Madrid, con zonas comunes ajardinadas y
parques infantiles a la que llegó, como tantas otras veces llegaba, el camión
de la mudanza de unos nuevos vecinos.
Eran
estos tres hermanas que tras muchos años de sacrificios y aprovechando una
herencia reciente, decidieron darse el lujo de vivir en una casa como la que
habían soñado. Una casa con chimenea en el salón, con una amplia cocina
independiente, un despacho librería, habitaciones con baño, terraza trasera, un
jardincito delantero y un garaje con acceso directo a la casa. Ellas, que
siempre habían vivido en un pisito, sabían que de no haber sido por la
repentina herencia de un tío-abuelo, hermano de su madre, difícilmente habrían
podido cumplir su sueño.
Sus vecinos
más próximos, una comercial de lencería y un profesor de Filosofía sin hijos,
vieron su llegada y prudentemente esperaron a que se acoplaran para darles la
bienvenida e invitarles a una cena en su casa.
Llegado
el día de la cena, ambos anfitriones se esforzaron porque todo estuviese
perfecto para causarles una buena impresión, querían caer bien a quienes el
destino había asignado como vecinos, con los que sí o sí habían de convivir, de
modo que buscaron que todo fuese lo más agradable posible. Buscaron los mejores
productos en el mercado, tanto para el caldo de verduras que haría de entrante
como para el asado de ternera que sería el plato principal y como postre se
trabajaron una mus de chocolate. Eligieron unos fermentados de Rioja más que
aceptables y dejaron el café listo para preparar en el último momento por si a
sus invitados les apetecía. Habían previsto enseñarles la casa si se
adelantaba, para ir haciendo tiempo. Se vistieron especialmente, como para
asistir a una cena de gala, y esperaron a sus invitadas.
Llegada
la hora convenida, las invitadas comenzaron a retrasarse… ¿Se les habrá
olvidado?, se preguntaban, y se preocupaban porque la cena podría quedarse fría…
Cuando ya pasaban quince minutos de la hora, decidieron poner la carne bajo las
lámparas de calor y tener el caldo preparado para recalentarlo en el
microondas.
Por
fin, cuarenta y cinco minutos después de la hora acordada, aparecieron las tres
hermanas en chándal, dos de ellas enfundadas en sendas batas.
Dado
que el punto de la comida ya se había perdido, y para romper el hielo,
empezaron por enseñarles la casa, haciendo comentarios de cómo la habían
montado poco a poco y de cómo cada uno había aportado ideas a su gusto,
tratando de armonizarlas a las del otro para formar un ambiente que resultase
agradable para los dos.
Ya en
la cena, deliciosa pese al recalentado, los anfitriones comentaron sobre como
habían llegado a vivir en la urbanización después de haber pasado por
diferentes casas, mejorando poco a poco conforme cambiaba su situación
económica.
Sus
invitadas también comentaron como gracias a su trabajo habían llegado a ésta
comunidad, pero habían visto algunas cosas, como la composición de los
jardines, que a todas luces estaba equivocada… Definitivamente tendrían que
entrar en la Junta de la Comunidad para poner remedio a los despropósitos que
ya habían encontrado. No les pareció bien la insuficiente iluminación de las
calles ni la falta de respeto de los guardias y los conserjes, que no las
habían saludado como esperaban. Tampoco estaban dispuestas a tolerar la
ineficacia en el mantenimiento y limpieza de las calles.
-
Esto es lo que hemos visto entre ayer y hoy pero cuando dirijamos la
Comunidad, seguramente veremos más cosas mejorables. Nosotras siempre hemos revalorizado
todas las comunidades por las que hemos pasado.
Los
anfitriones quisieron cambiar de tema y se interesaron por sus actividades
laborales y por sus hobbies… Como vieran sus evasivas, decidieron contar un
poco de sí mismos y de cómo les gustaba lo que hacían, la libertad de la que
disponían a la hora de organizar tanto sus clases como sus visitas a los
clientes.
Asomando
el crepúsculo, las invitadas, sin agradecer la cena y sin querer hacer
sobremesa, dieron por zanjada la cena sin plantear una reciproca.
Los
anfitriones quedaron preocupados y pesarosos porque pensaban que tal vez no
habían conseguido darles la calurosa acogida que ellos habían deseado, a juzgar
por su rápida retirada… o quizás ellas tienen la costumbre de retirarse pronto.
Pensaron.
En el
corto trayecto hacia su casa las hermanas iban bufando…
-
¡Fuuu! ¡Fuuu!...
Ya
dentro de su nueva casa, con sus viejos muebles a medio desembalar y sus
paredes por pintar, empezaron a jalearse las unas a las otras…
- ¿Habéis visto estos burgueses tan
emperifollados para una simple cena de un calducho y una carne recalentada?… ¡Que
manera de pasarnos por las narices su casita de muñecas con tanto cuadro raro!
¡Abstractos dicen! Seguro que lo han comprado en algún bazar extraño…
- Comercial de lencería... ¡a saber si no
tiene que hacer el pase de modelitos delante de los clientes!
- ¿Y el marido?… profesor de Filosofía… ¡un
cornudo consentido, eso es lo que es!, porque si no, ¿de qué van a ganar para
tener la casa como si fuera un decorado de película?
- ¿Y las prisas que se han dado para pasarnos
por las narices la cubertería que seguramente será heredada de alguna abuela? ¡Porque
esas piezas tan antiguas ya no se ven por el mundo!…
- ¿Esos cortinones tan gordos que no dejan
pasar la luz?, ¡con lo bien que quedan unos visillitos como los nuestros!…
- Mira que estar orgullosos de esa decoración,
¡tienen un gusto horrible!… esa habitación
llena de libros… es como si quisieran
impresionar, ¡como para decir lo listos que son!…
- Y está claro que si les va bien es por la lencería
y por lo que hay detrás de la lencería…
- ¿Os habéis fijado en el perro de cerámica?,
seguro que es por no darle de comer. ¡Aunque mejor!, porque una de las primeras
cosas que hay que hacer es limitar la tenencia de mascotas en esta
urbanización.
- Menos mal que hemos llegado nosotras,
porque si no, no sé qué sería de esta gente, ¡con la cantidad de cosas que
tienen que mejorar!