La tarjeta de visita
es ese trocito de papel en el que anotamos nuestro nombre y los datos que
queremos que se sepan de nosotros. Estos datos pueden ser breves, escuetos,
como suele suceder en las tarjetas personales, o extensos, abultados y
coloristas al modo de las tarjetas comerciales.
Todos vamos por la
vida con una tarjeta de visita con la que queremos presentarnos. Unas son como
un pequeño billetito cuyo contenido se reduce a nuestro nombre y otras son como
carteles de circo en las que tratamos de vender nuestras supuestas maravillas.
En la consulta
también sucede. Se suele venir con la lista de síntomas y fechas recordadas de
los primeros episodios del problema en cuestión. Es como si los síntomas fuesen
algo ajeno a la persona, como si un virus se hubiese colado en la sangre y
estuviese provocando, por ejemplo, ataques de pánico.
Algunos vienen con
una lista de síntomas copiados de internet para explicar su auto diagnóstico.
Es su tarjeta de visita.
Las tarjetas de
visita deben ser aceptadas y respetadas. Pueden ser el mejor punto de arranque para saber
qué le está sucediendo al cliente/paciente.
Después,
acompañando su exploración, sus descubrimientos, sus búsquedas de explicaciones
y de conductas alternativas, poco a poco se va viendo como el cliente/paciente se
va permitiendo cambiar su manera de verse y entenderse, se va permitiendo crearse
una tarjeta nueva, más sana, con la que se siente más identificado y
más cómodo.
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