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Hormigas |
Luis, mi querido Luis… últimamente estaba muy
triste… Se estaba hundiendo en su baño de realidad. Ya pasaba de los 50 años,
toda su vida había sido administrativo y un buen día la empresa en la que
trabajaba echó cuentas y vio que por lo que le pagaba a él tendría dos o tres
becarios a los que les costaría menos trabajar con las llamadas nuevas
tecnologías, con independencia de si sabían o no el alcance de lo que hacían.
Subsistía
con la indemnización que le dieron por despido, buscaba trabajo sin mucha
esperanza. Veía la jubilación como una tabla de salvación, pese a que el
Gobierno recomendaba que cada cual fuese buscando sus soluciones y que se
hicieran planes de pensiones, ya que sabía que con las que el Estado iba a dar
no llegaría para vivir.
Su
pareja también tenía problemas y cuando le veía hundido se irritaba porque se
daba cuenta de que no podía contar con él. No podían contar el uno con el otro.
Con los
hijos nunca fue posible superar la barrera generacional.
Luis se
aburría mucho, cada vez era menos activo; eso sí, paseaba, le gustaba hacerlo
por el campo, iba solo, pues poco a poco se había ido auto marginando.
Un día,
en uno de esos paseos vio un arbolito cuyo alcorque todavía estaba encharcado
por las recientes lluvias y cayó en la cuenta de cómo una hormiga subía y bajaba
por el tronco y por las ramas, y cuando llegaba al agua, otra vez para arriba;
parecía una exploración alocada y sin sentido; “está tan atrapada como yo”,
pensó. Perdió el interés y volvió a sus últimas reflexiones, esto es, a darse
pena de sí mismo.
Allí
sentado sobre aquella piedra, ensimismado, pasó el tiempo suficiente para que
el alcorque, ayudado del sol que empezaba a calentar, absorbiese completamente
el agua, y cuando volvió a mirar en busca de “su hormiga”, no la pudo
encontrar, al parecer su hiperactiva compañera en cuanto la tierra se lo
permitió cambió de aires sin el más mínimo comentario.
Sin
quererlo volvió a la idea de “tan atrapada como yo” y de lo absurdo que le
habían parecido sus idas y venidas, que acababan topando con el agua que
evitaba, pues las hormigas no saben nadar. ¿Habría estado la hormiga buscando
otras salidas?¿Sabría la hormiga que antes o después el charco se secaría?
Se
sintió tan parado como la piedra sobre la que estaba sentado y comprendió que
aunque no estaba para tantas carreras como la hormiga, tal vez podría ponerse
en movimiento, aunque no tuviese muy claro hacia dónde, aunque topase con sus
propias limitaciones.
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