Es una pregunta que
me plantean con frecuencia, que está influida por nuestro contexto social y cargada de deseos
y expectativas personales.
Acudimos al médico
o al abogado con la idea de que serán ellos, los expertos que harán algo por
nosotros, que darán fin a nuestros problemas. Tomamos una actitud pasiva,
paciente, inconsciente, confiada y esperanzada que nos lleva por ejemplo a
tomar fármacos con verdadera fe.
No estamos
entrenados para ser responsables de nuestra propia vida. Cuando somos pequeños
son nuestros padres los responsables y cuando somos mayores hacemos responsable
a papá Estado o acudimos al Padre Nuestro que está en los cielos para que nos
saque de los apuros en los que nos metemos por nuestra mala cabeza. Huimos de
las responsabilidades y obligaciones, incluso de las que fueron establecidas
para nuestro propio bien y esa huida se convierte en parte del problema.
No pensamos que
seamos responsables de nuestro bienestar, no escuchamos los consejos de la
medicina preventiva, confiamos en que los automatismos de nuestra salud, de
nuestra biología van a funcionar siempre pese a todo, que es como esperar que
si a un motor en lugar de combustible le ponemos arena, va a seguir funcionando.
Acudir al psicólogo
es de los últimos pasos en la búsqueda de soluciones para nuestra salud, y esto
sucede por el profundo rechazo que tenemos a la posibilidad de que lo malo que
nos pueda estar pasando tenga algo que ver con nosotros; es como con los
constipados, los tenemos nosotros, pero son otros los que nos los han pegado.
Sabemos que
cualquier “verdad” que trate de ser impuesta, será automáticamente rechazada, que
cuando una persona busca soluciones ha de partir de un entorno que le permita
sentirse seguro y aceptado, y que la formación de ese espacio básico parte de
ser escuchado con una escucha activa, que tiene por objeto el despertar de la
consciencia sobre la propia vida, sobre las propias vivencias.
La consciencia
ilumina el inconsciente y pone a la vista los recursos disponibles para
comprender la solución de los problemas.
En este proceso
psicoterapéutico hay teorías
con sus técnicas a usar según sean las distintas “dolencias” o personas que
consultan. Todas persiguen un objetivo común: aliviar a la persona de su
dolencia psíquica mediante un cambio de conciencia sobre lo que le sucede.
Pero ese cambio no
se puede implantar desde fuera como si fuera una prótesis, sucede tras un
descubrimiento íntimo, un insight, y un reposicionamiento con respecto al
mundo. Suele llevar consigo el establecimiento de un nuevo orden personal.
Todos somos
conservadores por naturaleza, lo primero que quiere la vida es perpetuase, y
después mejorar. Hay una lucha constante entre la inercia a permanecer en lo
conocido y el deseo de cambio; el equilibrio ha de ser dinámico, en movimiento,
como el de las bicicletas.
Cuando nos dicen
que tenemos que cambiar, la primera reacción es la huida, por eso no es una
buena estrategia presentar la psicoterapia como un proceso de cambio, que lo
es, sino como un proceso de descubrimiento, que puede ser más atractivo,
despertar curiosidad y ser menos amenazador.
Si después del
descubrimiento se cambia o no, eso ya es otra cuestión, cada cual decide según
sus circunstancias. La psicoterapia se esfuerza en aportar claridad sobre lo
que decide.
Al abordar la
problemática que presenta el consultante, resulta fundamental la persona del
psicólogo, pues en última instancia él mismo se convierte en una herramienta
que ha de estar afinada en sensibilidad, capacidad de percepción, de
comprensión, de integración y de creatividad. Su atención ha de tener el foco
sobre el paciente y también sobre sí mismo, sobre lo que ocurre en la relación
terapéutica y su evolución.