Blumbín era un
fantasma joven y travieso, del clan de “Los Pavorosos”. El “Don” familiar, consistía
en meterse en la imaginación de la gente y hacerles ver lo que no existía, y
sobre todo hacerles sentir “MIEDO”, mucho miedo.
También se les
conocía como “La saga del miedo”; su tatarabuelo había llegado a ser cinturón
negro, 8º Dan en la disciplina de asustar; incluso su propia familia temblaba
al pronunciar su nombre, lo evitaban refiriéndose a él como al “Tatarabuelo”.
El catálogo de
miedos de este clan era extensísimo: a estar solo, a la gente, a morirse, a las
enfermedades, a una infinidad de animales, a tener que hablar en público, a lo
que pensasen los demás, a ser abandonados, a no saber valerse por sí mismos, a
ser perseguidos, a no hacerlo bien en la cama, a perder el control y volverse
loco. Una de sus especialidades era crear miedos a la carta, según el historial
de la víctima elegida.
Como actores eran
maravillosos, disponían de cantidad de máscaras terroríficas, trajes, abalorios,
puestas en escena y efectos especiales jamás igualados por ningún coreógrafo.
Competían entre ellos para ser los que más asustaban, y lo disfrutaban.
Necesitaban saber
que captaban la atención de sus víctimas, que conseguían asustarlas de verdad:
sus taquicardias, sus ahogos, sus dolores de tripas; ver cómo se quedaban
paralizadas les llenaba de orgullo. Contaban sus hazañas en las reuniones del
clan y todos lo pasaban bien.
De vez en cuando
alguno de ellos, se topaba con que había elegido por víctima a alguien más
difícil de lo normal; que le miraba a la máscara y aunque por la taquicardia se
podía ver que miedo sí que tenía, le aguantaba la mirada. Eso le pasó a Blumbín cuando quiso asustar a Carlos...
B) “Que te vas a morir, que te vas a morir”
C) ¡Fuu, que miedo! (taquicardia, ahogo)… pero
si yo me muero te vas a tener que buscar otro al que asustar.
B) (¡Vaya, me salió respondón!) “Que te vas a
morir, que te mueres, que te mueres”.
C) Mira, déjame en paz, eres muy monótono.
B) (¡Que corte!) ¡Oye que te vas a morir!
C) (Ni caso) A ver, yo lo que quiero es preparar
una paella para mis invitados, así que…
B) Pues sin público yo no trabajo, que vergüenza
si se enteran.
Blumbín al día
siguiente, herido en su amor propio volvió a la carga:
B) Ese dolorcillo en el pecho seguro que es un
cáncer mortal, los médicos no saben nada de nada ¡Te vas a morir!
C) ¡Fuu! ¡Que susto! (taquicardia, ahogo, mareo,
miedo). Ya sé, tú eres el pesado de ayer ¡Déjame en paz!
B) (Otro corte, que vergüenza, será mejor que
haga mutis por el foro.)
Al día siguiente el
fantasma reapareció:
B) (Pues no me resigno) ¿Qué raro que estés vivo
con esas toses? Te habrán dicho que es alergia, pero es que te estás muriendo.
C) (No puedo evitar asustarme cuando viene, pero
voy a hacer que no le oigo).
B) ¡Oye, que te estoy hablando cara muerto!
C) No sé si acercarme a la taquilla a por las entradas
o sacarlas por internet. Total me pilla de paso…
B) ¡Que manera de ignorarme! ¡Esto no me había
pasado nunca! Tendré que consultar con los ancianos.
El Consejo de
Ancianos, por medio de su portavoz, le hizo saber que de cuando en cuando entre
las víctimas surgía algún respondón, alguien que recibía
ayuda de alguna fuerza misteriosa y se les resistía; hasta el Tatarabuelo tuvo
que pasar por ello. Debía intentarlo un
poco más y más espaciado en el tiempo, a ver si le pillaba por sorpresa y
conseguía hacerse con su atención para seguir con su mascarada.
Así lo hizo,
pero a cada intento sentía en su propia bruma la dureza de que “no hay mayor
desprecio que no hacer aprecio”.
Carlos se había
dado cuenta de que Blumbín necesitaba de su miedo para seguir existiendo, así
que decidió cortarle el grifo y sin atención Blumbín se aburría, así que se
marchó.
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