Estaba en aquel
magnífico salón minimalista mirando la valla del jardín a través de la amplia
cristalera.
Era una
urbanización de chalecitos muy tranquila. La criada le había dicho que esperase
allí, el señor tardaría un poco.
D. Teodoro era su
profesor preferido, tal vez porque siempre fue muy considerado con él y le
animó a estudiar. Dirigió su doctorado y le llevó de ponente a varios
congresos. Juntos organizaron varios seminarios.
En su interior le consideraba
como al padre que nunca tuvo. Aquel día se acercó a su casa con el pretexto de
consultarle sobre un proyecto, pero la verdad era que quería estar un rato con
él.
Empezaba a tardar,
se entretuvo ojeando un libro. La tarde se fue haciendo noche y no aparecía
nadie.
Vio salir a la
criada. La casa estaba a oscuras, salvo el salón. ¿Se habrían olvidado de él? ¿Le
habían dejado solo?
Poco a poco empezó
a captar el mensaje… su profesor no debía sentir por él nada parecido a lo que
él deseaba… -¿Tan poca cosa soy que me han abandonado? ¿Debería haber llamado
antes de venir?- Se dijo.
Avergonzado y
humillado salió de la casa por una ventana, pues habían cerrado la puerta con
llave. Saltó la valla y comenzó a caminar. Le venían a la memoria los momentos
en los que se había sentido rechazado; le inundaba la tristeza. De nada le
servía decirse que él también había rechazado a otros, que la vida es “un toma
y daca”.
Recordó la oración
de F. Perls “Yo no estoy en este mundo para satisfacer tus expectativas, tú no
estás para satisfacer las mías, si nos encontramos puede ser maravilloso; si no,
también…”; ¡mierda de Perls! ¿Quién era tan maduro para aguantar aquello? Desde
luego él no. Estaba jodido y punto. Se sentía dolido y ridículo. Había dado por
supuesto que su profesor también sentía algo por él, pero lo sucedido le decía
lo contrario…
A los tres días
recibió una nota que le llenó de sentimiento contradictorios, decía:
“Querido Juan, he
sabido por mi asistenta que estuviste en casa esperándome. Te ruega que la
disculpes por haberte dejado encerrado. Se puso muy nerviosa cuando le dijeron
que me acababan de ingresar por un infarto y salió corriendo para venir a verme
sin acordarse de que estabas esperándome. Tan pronto como me suelten te llamo y
hablamos. Un fuerte abrazo. Teodoro”
Es realmente preciosa está metáfora. Enhorabuena. Me ha parecido muy ilustrativa.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias Enrique, por pasarte por el blog y por tu comentario.
ResponderEliminarSaludos.