Trini me contó un sueño que le tenía
angustiada, hacía días que apenas dormía.
En el
sueño, dentro de la que parecía su casa, se vio ante un largo pasillo con
sendas puertas a izquierda y derecha, y como la curiosidad le picaba, no pudo
por menos que ir abriendo las puertas e ir metiendo las narices tras aquellos
cercos.
Para su
sorpresa, tras la primera puerta vio, la cocina en la que trabajaba y sobre la
que mandaba. Aquel desbarajuste realmente le irritaba, de modo que no dejaba de
gritar a sus ayudantes, a los pinches, a los camareros y a todo el que se le
acercaba. Sus nervios estaban a flor de piel, un ambiente eléctrico circulaba
por toda la cocina; realmente era un milagro que los platos llegasen en buenas
condiciones a los comensales. Cerró aquella puerta y sintió un cierto alivio al
dejar los problemas al otro lado.
Ante la
reciente experiencia, su curiosidad luchaba con su miedo. Venció la primera. Abrió
la segunda puerta y allí estaba su familia. Claramente era un sueño porque su
familia realmente estaba en Rumanía. Pudo ver a sus padres, ya ancianos, a los
que no podía ayudar; los que echaba de menos. Su condición de emigrante le
llenaba de tristeza y de una cierta rebeldía ante su situación. Se reprochaba
el estar tan lejos de ellos.
La
tercera puerta le miraba desafiante… Al abrirla vio a su marido que hacía su
vida; cada vez le sentía más lejano, sumido en sus cosas y en sus rutinas, sin
un verdadero interés en los problemas que ella pudiera tener. Quien esperaba que fuese su compañero, su apoyo…, se
aburría con ella.
Más
enfadada que otra cosa, se dirigió a una cuarta puerta que abrió con cierta
violencia. Asustó a su queridísima hija que estaba allí jugando con sus
muñecas. Al verla, sonrió, era la alegría de su vida, la que realmente le
ayudaba a soportar los sinsabores de su día a día. La felicidad fluía entre
madre e hija.
De
repente, una corriente de aire abrió todas las puertas y se desataron las iras
de todas las furias. Discutían entre ellas, culinarias, rumanas, conyugales, y
otras que no habiendo sido invitadas, aparecieron por sorpresa, como las de
algunas amistades querulantes. Todo esto alcanzó e inundó los ánimos de Trini,
que sin darse cuenta de dónde estaba, participó con todo su poder en la batalla
del pasillo, gritando a voz en cuello, con el rostro amoratado y desencajado.
Benicia, su hija, asustada rompió a llorar llamando a su madre. Trini, en el
fragor de la batalla, se giró bruscamente, y sin mirar el tamaño de su
repentino enemigo le escupió un destructivo: “¡Cállate!”
Ante tan
desproporcionado ataque, Benicia, paralizada, sustituyó el ruido de su llanto por
un incontrolable hipeo: hip, hip, hip…
Al ver
a su hija en semejante estado, Trini se aterrorizó de sí misma.
— ¿Cómo
he podido maltratar a mi niña ?—, se preguntaba. Consiguió calmarla y
restablecer la paz entre ellas, pero no dejó de preguntarse, si no se estaría
volviendo loca al haber atacado a su hija de ese modo.
Solo
fue un sueño; un sueño angustioso que le quitó la paz durante muchos días.
Poco a
poco fue viendo el conjunto de su vida y el significado que aquel sueño podía
tener para ella… Se habían escapado los problemas de todas las habitaciones, y
discutían los unos con los otros….Trini, era el único punto en común de todos ellos,
y se puso a discutir con todos a la vez…, agrediendo sin querer a quien más
quería. Estaba claro que no tenía fuerzas para hacer frente a tantas puertas
gritonas.
Se
daría un tiempo y trataría de arreglar aquellos desaguisados de uno en uno,
pues como cocinera que era, sabía que había buenas y malas mezclas.
Lo
mejor sería ir puerta por puerta.
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