—Quería informarme sobre
eso. ¿Usted cómo lo hace?, ¿es eso de hablar?
Esta es una llamada reciente, relativamente frecuente. La
pregunta, como se observará, está cargada de desconfianza. Pareciese que “eso
de hablar”, fuera de poco pelo, al fin y al cabo, hablar puede hacerlo
cualquiera, y gente que se gane la vida hablando, la tenemos por todas partes,
pero en la consulta del psicólogo, el que habla es el paciente. Surge la
siguiente pregunta:
— ¿Entonces voy a pagar por hablar?
Sí y no. La palabra puede conducir en un viaje de ida del
verbo al pensamiento, y de ahí a la emoción, o también a la inversa, de la
emoción al pensamiento y a la expresión verbal. En algún punto de este trasiego
neuronal, surge un awereness o toma
de conciencia. Por lo que se paga es por la guía que hace el psicólogo en ese
viaje.
Lo que no se puede expresar queda encerrado en el
subconsciente, generando malestar, cual si de un quiste se tratara.
Cuando para referirnos a algo que necesitamos empleamos
palabras genéricas como por ejemplo: “dame `el chisme´, o `la esa´”, al eludir
usar el nombre del objeto, empobrecemos nuestro lenguaje y con él, nuestra
capacidad de manejar el entorno. Lo mismo sucede con los sentimientos, si no
podemos “hablar” de lo que nos duele, ponerle nombre, no llegaremos a
identificar lo que nos pasa, y la causa seguirá enquistada.
No siempre se tiene la suerte de contar con quien poder
hablar. La mayoría de las personas rápidamente se abrumarán con tus problemas. Impulsados
por la angustia que les provoca lo que les cuentas, esgrimirán su dedo índice
diciendo: “tú lo que tienes que hacer es…”, apresurando sus fórmulas
salvadoras, demostrándote que escucharte les incomoda, e impidiéndote escuchar
lo que tú estás diciendo, que es la verdadera vía para que encuentres, no una,
sino tus posibles soluciones.
Solemos ser conscientes de nuestras angustias, nuestros
miedos, e incluso de nuestros dolores psicosomáticos, pero inconscientes de sus
causas y posibles soluciones. El camino para llegar a la consciencia de ello,
no es otro que el desfiladero de la palabra.
Vale.
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